Nosotros no necesitamos a Berlusconi

Si alguna nueva ley diseñada por y para él no lo impide, Silvio Berlusconi, finalmente, se sentará en el banquillo de los acusados. Pero al igual que Al Capone terminó entre rejas por evasión de impuestos, Berlusconi tiene el agua al cuello por prostitución de menores y abuso de poder, delitos grave, que duda cabe, pero que deben dejar un sabor agridulce en todos aquellos que llevan años denunciando los oscuros orígenes de su riqueza, sus contactos con la mafia, la corrupción de sus gobiernos. Sea como fuere, la imagen de Berlusconi en el banquillo debe ser el comienzo del final de la anormalidad democrática que supone su presencia al frente del Gobierno de Italia. Con un poco de suerte, y si la destartalada oposición no lo impide, Italia puede dejar de ser un país que funciona, a pesar de su gobierno, impulsado por la inercia.

Recordar a Berlusconi nos permite respirar aliviados cuando pensamos en nuestra propia democracia. Podía ser peor, nos decimos. Podríamos tener al frente del Gobierno a Mario Conde, al difunto Jesús Gil, a Ruiz Mateos o al todopoderoso Florentino Pérez. Pero este alivio momentáneo no nos debe impedir pensar en las pequeñas anormalidades de nuestra propia democracia. Por ejemplo, en el levante, varios dirigentes políticos piensan que el aval de las urnas, el masivo apoyo popular, es similar a un indulto frente a cualquier tipo de delito. Y lo que es más grave: buena parte de la ciudadanía piensan que esto es cierto. Que los responsables políticos se piensen inmunes por obtener buenos resultados electorales es peligroso; pero que la muchedumbre los aplauda, los defienda y los jalee a la puerta de los juzgados es descorazonador.

Otra de las particularidades de nuestra democracia es que nuestros políticos pueden decir lo que quieran sin que tengan que rendir cuentas por ello. Insultos, descalificaciones, mentiras e insinuaciones están consentidas y bien vistas, tanto por los compañeros como por la ciudadanía. Incluso denigrar leyes que ellos mismos han apoyado, valiéndose del desconocimiento general del funcionamiento de nuestra democracia. Es parte del trabajo, deben pensar; lo importante es demostrar que el adversario político es un despojo, calaña, indigno de confianza y responsabilidad. La bula para el insulto en ocasiones va grapada al acta de diputado. Llamar debate a las jornadas de gritos, reproches y acusaciones que habitualmente se ven en el Congreso o en el Senado – ayer sin ir más lejos – es pecar de indulgencia. Por supuesto, a una buena parte de nuestros conciudadanos esto les parece lo más normal del mundo y aplauden a rabiar los argumentos de su bando, digan lo que digan, y abuchean al rival, digan lo que digan.

Si ustedes pasean por el centro de sus ciudades quizá tengan suerte y se crucen con otra de las particularidades democráticas ibéricas: las manifestaciones de afectados por las leyes y la realidad. Ley para regular el consumo de tabaco en lugares públicos: manifestación de dueños de bares y discotecas afectados. Ley de salud sexual: manifestación de los afectados por lo que hagan otros con su cuerpo y con su vida. Retirada de los crucifijos de los colegios: manifestación de católicos y del gremio de carpinteros. Regulación del consumo de alcohol en la calle: manifestación de adolescentes. Día mundial del rezo, la oración, el rosario o la Virgendealgo: manifestación de católicos, madres y padres de bien, familias numerosas y jubilados. Ningún cambio legislativo: manifestación de artistas para ver que hay de lo suyo. Todo acompañado de festivas pancartas y graciosos lemas que insultan al adversario y se acuerdan de sus familiares más cercanos.

Vivimos en un país democrático, pero nuestra democracia es propia e inimitable, una democracia ibérica que nos une con lo mejor de nuestra historia: el caciquismo, el populismo, el nepotismo y el despotismo. En algunos casos, el gobierno de los menos válidos con el aplauso de la plebe. Muchos ciudadanos han dejado de serlo y se han convertido en hooligans, en aficionados radicales a una verdad sin mancha que utilizan su derecho al voto con la misma soltura en programas de televisión que en urnas selladas. Ciudadanos abrazados a dogmas sin argumentos.

Bienvenidos a la oclocracia ibérica.

3 comentarios en “Nosotros no necesitamos a Berlusconi

  1. Plas, plas y otra vez plas.
    Me ha encantado el artículo, metiendo el dedo en la llaga. El electorado (en general, pero especialmente el de la derecha) ha iniciado un proceso de aborregamiento del que difícilmente va a salir, más que nada porque ni a los partidos les interesa que tengan unos votantes informados.
    Como bien dices, «ciudadanos abrazados a dogmas sin argumentos». Y únicamente interesados en el españolísimo «qué hay de lo mío».

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